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"La relación más excitante, retadora e importante de todas es la que tienes contigo misma. Y si encuentras a alguien que ame el tú que tú quieres... eso es increíble" Estudiante. Escritora aficionada y fanática de la actualidad.

jueves, 29 de marzo de 2012

Perderse... para volverse a encontrar

Hace meses que me descolgué de este mundo. De estas palabras. Estaba perdida. Nunca pasaba tanto tiempo sin poder calmar mis ansias de escritura como ahora. Pero estos días reinaba el jolgorio, el cambio. Esta gran gresca vital hacía desestabilizar los cimientos que un día parecieron orientar mi vida. Así que después de un intento de calma mental, llegué a la conclusión: Sería imposible garabatear cualquier disparate sin una inspiración que me sirviera de modelo para tallar mi propia escultura. Me di cuenta pues, de que sin musa no hay obra propia, por mucha afinidad o devoción que se le tenga. El mero hecho de escribir está subordinado a una ilusión perpetua de la que cada persona disfruta eternamente. Y es esa misma sensación la que obliga a las miles de personas que escriben a que continúen haciéndolo. Así, pude ver esta relación como la más obvia y fundamental a la que cualquier tipo de persona ha de atenerse si desea emprender en ello. La más obvia después de la nuestra, claro está. Nuestra necesidad de sobreponernos la una a la otra. Como si la vida nos hubiera ideado para no separarnos nunca.

Pero no quiero adelantarme. Un buen mago nunca revela sus trucos. Además, el hecho de haber dejado de escribir mucho tiempo no ha de derivar en una alteración de las normas que encerraban mi manera de hacerlo. Primero he de empezar por introducir, como era costumbre, mi pequeño desván de sensaciones a las que siempre atribuyo una experiencia real. Aunque siendo ella, y conociéndome como lo hace, tampoco hiciera mucha falta. Y después acabar de hacerlo, acabar de completar la calidez que supuso tenerla, tenerla en mi vida.

Habían sucedido meses desde que la coloqué en mi armario de prendas que utilizar, concretamente, en mis prendas de abrigo. La verdad es que la necesité en los momentos más duros, y aún la reservo cuando aquellos miedos me visitan alguna noche, en las noches más frías. Mi situación no había variado desde entonces. Mi  cuerpo y corazón, calmados ya, se disponían a seguir viviendo, después de intentar refugiarme entre las ramas de algo que pareció agradarme. Volví al punto inicial. Mis sentimientos vírgenes volvían a desatar millones de sensaciones a las que, o ponía límite, o terminarían por arrollarme. Tal vez nadie sabe de lo que hablo, ni lo sabrá nunca. Pero sé que ella entenderá perfectamente de qué lugar me colgué para darme cuenta de que debía bajarme antes de que fuera demasiado tarde. Y sé que ella, aunque me vea retomando el punto de partida, y desconforme con mi manera de actuar últimamente, me apoyará y dará su mano fuerte, como día tras día nunca ha dejado de hacer.

Ahora me he dado cuenta de que  me he encontrado. No importa la relevancia que le dé a los hechos que día tras día me acompañan si estoy contigo. Porque siempre amanezco con situaciones curiosas de las que, como por obra de magia, acabo saliendo, despertándome de nuevo en ese lugar hogareño al que un día bauticé como “villa del refugio”. El mundo que ella me proporcionó. Lo descubrimos como alternativa a la artificiosidad del simple mundo que nos rodea, ese tanto nos sorprende y que solemos contemplar y comentar desde los ventanales de este. El cual desde entonces conservamos como desván de mente y corazón.  

Así que no solo me ayudó y recogió del suelo. Ella me ofreció abrigo, y me arropó. Y animó a ser mejor. Pero después, se situó en mi armario, sosteniendo aquel cartel en el que decía “continuará”. Y continuó, me siguió enseñando. Después de proporcionarme ese cobijo de seguridad  fue ella la que consiguió por fin camuflarme entre toda esa gente, evitando que las habladurías lejanas no cesaran de chismorrear sobre temas ajenos a su vida y que intercedían en la mía. Ella me ayudó a dejar de rogarle limosnas a mi corazón. A olvidar la  nostalgia que me atrapaba y de una vez por todas, volver a soñar. Dejarme de funciones exprés y espectáculos ambulantes, porque ¡Bastaba ya de hacerle malabares a los sentimientos! Alimentó mi alma antisistema, inconformista y soñador. Me hizo sentir correspondida y valorada, rellenando ese hueco, cada rincón; siendo ella mi pareja acróbata que esperaba para que saltase sin miedo, sin temor al vacío ya que sus manos expertas y amigas me esperarían siempre. Consiguió que dominara mi parte irracional tal como hacen los domadores de fieras. Y como los verdaderos magos y prestidigitadores, hizo que aprendiera a disfrutar del momento; trascendiendo las barreras temporales para siempre.

Fue así como abandoné el rol de la mujer barbuda que me había atrapado durante tanto tiempo para hacerme sentir la más seductora de las vedettes. Hizo magia con mi pasado, con mis inseguridades y mis emociones. Yo, que siempre me habían dicho que era un circo con patas, pasé a formar parte de uno de verdad. Puro espectáculo que tal como llegó a mi vida, se marchó. 

Y ahí la recordaré… en aquel escenario en el que interpretaba la historia de su vida. En el que nos conocimos nosotras mismas, y desconocimos nuestro pasado. En el que perdimos nuestros problemas, y encontramos las ilusiones. Nunca acabé de saber quién dirigió aquella obra y nos colocó a ambas como protagonistas. Solo recuerdo que se titulaba “Mi villa del refugio”, y que en el título decía “A veces hace falta perderse para volverse a encontrar”.

Felices 19. Te quiere y siempre lo hará, Sol. 

miércoles, 25 de enero de 2012

Querido Instituto...



QUERIDO INSTITUTO…

Aquel día entré al instituto cuando aún  no había terminado de amanecer, a primera hora, como algo excepcional. No es que no acostumbrara a hacerlo, sino que durante todos estos años resultó algo difícil despertarse siempre, como algunos ya saben. Mi puntualidad se manifestó justo en el momento en que entré, cuando sonó aquella música tan agradable que tenemos por timbre. Y me dispuse a subir a clase. Segundo piso. Esas clases están reservadas para los alumnos de último curso y habilitadas con perfectos instrumentos tecnológicos que, a pesar del despiste de muchos al dejarlos sin cerrar, todavía conservamos. En los pasillos se respiraba un ambiente de agobios, prisas, exámenes. Y en las clases, los horarios narraban la cantidad de cosas que quedaban por hacer, y terminaban por concienciarnos para la recta final. El mes de Enero acababa, y no quedaría mucho para el resto de curso.

Fue en ese momento cuando me topé con un pensamiento que revolvió mi interior. El hecho de terminar me hacía ilusión. Comenzaríamos nuevas carreras. Seríamos aprendices en nuevos trabajos y pioneros en nuevos estudios; y la universidad se convertiría en una meta atractiva. Pero de la misma manera que comenzaría una nueva etapa, se cerraría la puerta anterior, y con ella el instituto. No lo podía creer. Habían transcurrido 6 años desde que aquella niña inocente aterrizó con ciertas turbulencias y terminó de crecer entre las paredes de la educación y del cariño. Cada pasillo que parecía interminable terminó de recorrerlo, al igual que terminó de recorrer sus ilusiones. Alcanzó siempre la máxima nota que se propuso, de la misma manera en que se fue haciendo con su lista de retos. Deambuló clase por clase, avanzando de curso, al mismo tiempo que avanzó en madurez, comprensión y respeto. Y de vez en cuando visitó algún que otro despacho; momentos que, a día de hoy, recuerda como una buena oportunidad de tomar ejemplo y seguir aprendiendo.

La emoción salpicó mis antebrazos y me encogió el corazón. Por un momento quise camuflarme entre toda esa multitud de cursos inferiores y saltar las barreras temporales como tantas veces hice con los bancos en la clase de gimnasia. O quedarme durante muchos patios más en la biblioteca, haciendo cuentas de cómo había formado durante todo este tiempo. Jamás hubiera tenido los suficientes recreos para hacerlo. Se acercaba el momento de despedirse… Y no sabía de qué manera posponerlo.

Es por esa razón por la que decidí  proyectarme entre estas líneas. Me gustaría dar las gracias a todos aquellos profesores que algún día colaboraron en este viaje hacia nuestro futuro. A Gloria, Rosa Lledó, Pilar Suárez, José Carlos, Encarna, Santi Tello, Amelia, Carmina, Elena, Enric Mut; que encarrilasteis  el vagón por las vías, y nos aportasteis el empujón y la energía necesaria para seguir creciendo. Esa energía la prolongasteis Joaquín, Vicky Torres, Elena Pingarrón, Lino, Fermín; Nos hacíamos mayores, y un poco insoportables. Comenzábamos a tropezar, no solo con nuestros exámenes, también con nuestro carácter. Sin cada palabra o corrección vuestra hubiera sido imposible continuar. Hubiera sido imposible crecer y llegar hasta el momento en que cuarto cerró la niñez dando paso a una adolescencia que floreció por momentos.

Pero tanto primero de bachiller como este año, serán los cursos que marquen el resto de nuestra vida. En ellos hemos aprendido lo más importante: dejar de mirar para empezar a ver. Y sobre todo, hemos aprendido a dejar de oír para empezar a escuchar. Gracias a Fina y a Merche; por enseñarnos en Filosofía a entender varios autores (que no es fácil) y sobre todo por enseñarnos a aprender la lógica de la vida. A Manolo; por inculcarnos que con esfuerzo y constancia podremos saltar cualquier barrera que nos propongamos, arrimándonos un poco más hacia la meta. A Gloria; por enseñarnos que, al igual que sus clases, el valenciano también es una bonita forma de vida. A Lola y a Tomás; por ayudarnos y animarnos con el Inglés, y por abrir las fronteras de nuestra vida. A Ginés; por enseñarnos que los templos con sus columnas, claustros con arquerías e iglesias con sus bóvedas y terceletes están para mirarlos y estudiarlos, y que no podemos vivir la vida sin observarla y aprender de ella. A Carmen Aura, Ana Asensio y Salvador; por culturizarnos, enseñándonos también a hacer una lectura comprensiva de nuestra vida. A Javier; por dedicarnos siempre todo su tiempo, y si de vez en cuando nos portábamos bien, lanzarnos algún caramelo; por hacernos saber en dos años todo lo que ocurrió en el mundo, robándonos siempre dos minutos de patio; y sobre todo, y como dice él, por ayudarnos a conocer el pasado para poder seguir siempre comprendiendo el futuro. A Luís, por informarnos, y hacernos saber todo lo que de verdad ocurre. Por cada clase rentabilizada en formarnos, en educarnos. Por motivarnos a Investigar caminos, Desarrollar pensamientos, e innovar sueños. Por enseñarnos a sumar valores y multiplicar acciones, y sobre todo por hacernos crecer siempre sabiendo que ningún sueño es Limitado. Por último, me gustaría darle las gracias a la persona que controlaba un poco el caos cuando yo me adentré en este mundo: Ángel. Él nos enseñó a sumar emociones, alegrías y momentos; y a restar preocupaciones. Por hacernos saber que el límite de nuestras metas sería siempre infinito. Por cada una de esas clases invertidas en historia, fútbol o cuentos para no dormir. Por hacernos reír, y por consolarnos al vernos llorar. Por preguntarnos siempre si estamos conformes. Por velar por que cada alumno estuviera siempre en su sitio… “A ver, ¿No tenéis clase?” Pero sobretodo, por inculcarnos que siempre nos acercaremos a nuestros propósitos… TANTO COMO QUERAMOS

Y así, gracias a todos los que nos disteis clase como a los que no. Tanto a los que estáis como a los que en su día ya marcharon. Porque vosotros nos habéis hecho madurar como personas y sobre todo porque aportasteis día a día el escalón que nos ha hecho poder seguir subiendo siempre hasta la última clase, HASTA EL ÚLTIMO SUEÑO.

Porque el día que me marche seguirá resonando siempre en mi corazón aquella melodía agradable que marcaba el fin entre clase y clase y que un día sellará definitivamente el fin de una etapa… De una vida.
2006-2012. Sol.